miércoles, 29 de julio de 2009

Muere.


Gime bajo mis plantas,
se retuerce,
no le basta mi riego
esperanzado;
mi fervor de rutina
no humedece
la vida que insensible
se le escapa.

En su cuerpo, los huecos
horadados
acuchillan marchitas
las semillas,
y los besos que pide se le niegan
sin piedad, de otros labios
agrietados.

Muere la Tierra. Mientras velo
y siembro
otros destrozan con el hacha
fiera
la fe del fruto, que en su lecho
noble
perece, sin llegar
a primavera.

Y arden los campos. En la lontananza
se pierde el trino, muere
el agua viva,
el caudal recio de la estampa
hermosa
y el prado verde, allá
en la lejanía.

Asisto, con mi llanto
defraudado,
a este sepelio colosal
del día.

No hay comentarios: