domingo, 13 de abril de 2008

Ser mujer.

Me decía mi hija uno de estos dias "mamá, Dios tiene que ser una mujer". ¿Por qué, mi amor?, le pregunté. Y ella me contestó "porque si no fuera mujer no podría haber hecho el mundo y todo lo que contiene, en siete dias".
Este razonamiento me hizo sonreir, porque ciertamente a veces yo misma me he hecho el mismo planteamiento, en silencio.
A Dios no se le atribuye sexo, es Dios y punto. Claro, tiene que ser y abarcar todo. Pero esa es otra cuestión. La frase repèntina de mi hija se debió al agobio del excesivo quehacer diario y yo la comprendo. Las mujeres llevamos una carga demasiado pesada en el hogar, una responsabilidad en el mejor de los casos escasamente compartida por nuestra pareja. Y cuando se es mamá por primera vez, este agobio parece agigantarse. La propaganda, la publicidad televisiva, radial y escrita, por lo general muestra a la madre haciendo la faena diaria con una sonrisa de felicidad, perfectamente peinada, maquillada y vestida. La mamá de la televisión está feliz de lavar la ropa sucia, e incita a sus hijos y esposo para que manchen la ropa con las diferentes salsas y líquidos que consigan, porque ella compró un producto mágico que no solamente dejará todo como nuevo si no que además le pondrá las manos suaves y hermosas. Y con la prenda lavada en alto baila sobre incómodos zapatos con tacón. Luego entra a la casa y los abraza a todos felicísima porque le permitieron con su hazaña ser la supermamá.
Y ésto es deprimente. La realidad es que cuando el bebé nos permite dormir media hora, damos gracias a Dios. Y que cuando nos levantamos y encontramos el fregadero lleno de trastes sucios no hay propaganda que valga. Provoca pegar un grito o echarse a llorar. Porque aunque limpiemos todo el dia,siempre la casa amanece sucia.
No es en la televisión donde hay magia, es allí en la cocina, donde parece que los cubiertos se multiplican, porque todos en la casa los van apilando para que nosotras los lavemos. Como lo más normal del mundo. ¡Nojombre!.

Aleluya.

Hoy es el primer dia de mi vida. Ha salido el sol tras la ventana y he decidido sonreir. Me doy cuenta de que el intento de mis labios duele en las mejillas, porque no ha sido fácil para mi rostro en mucho tiempo reflejar alegría. Pero lo logro al fin, y el espejo me dice que he rejuvenecido. Levanto los brazos y doy vueltas por el cuarto con torpes pasos de baile, y me viene a la mente una melodía que creí olvidada. Salgo a la sala y comienzo a cantar. Al principio desafino y me río. Luego recupero el desusado sonido de mi voz. Entonces corro a abrir la puerta del patio sin darme cuenta de que estoy casi desnuda. La cara de mi vecino es un poema, pero yo río fuerte y me abrigo del frío con los brazos. El Sol, contagiado de mi desafío, me cubre con un hermoso traje dorado. Y él y yo danzamos juntos bajo las trinitarias, con la fuerza de la locura que siento. Estoy viva.Aleluya.