jueves, 14 de agosto de 2008

Yo, mujer

Privilegiada por la naturaleza, bendecida por Dios con la capacidad de procrear y parir, manipulada por la sociedad que corona al hombre como ser superior, adecuada a sirvienta en interminables labores que no se ven, que parecieran salir de la nada por obra y gracia del Altísimo, allí, donde el hombre ensucia y desordena, donde llega y consigue todo hecho, donde se sienta y es servido, me llaman irónicamente "ama de casa".
Yo, mujer, en un mundo de hombres, opino que merezco el título de "sexo fuerte", y solicito remuneración por desempeñarme como aseadora, cocinera, lavandera, jardinera, peluquera, administradora, consultor jurídico, educadora, psicóloga, enfermera, transporte escolar, madre, amiga, consejera, esposa y amante. Las otras obligaciones que he contraido por amor, las desempeñaré gratis a cambio de comprensión y compañía. Sobre todo, compañía, porque luego de hacer todas estas cosas y cumplir fuera de casa el horario de oficina, apreciaría que mi compañero aprendiera a escucharme.
Yo, mujer, soy también un ser humano con idénticas necesidades.
Yo, mujer, que asumo con honor toda la carga del trabajo doméstico, deseo a cambio por lo menos un día de descanso compensatorio, porque en este instante declaro que estos oficios no tienen sexo y pueden denominarse de las dos formas: "la labor" o "el trabajo".
Solicito que no se me exija estar bonita y perfumada cuando el hombre anda sucio y maloliente, y que se castigue con prisión al ser humano masculino que se refiera con desprecio al trabajo de su mujer diciendo que "no hace nada" porque "se queda en casa".
Y ya que estoy obligada a trabajar afuera igual que el hombre, pido, en nombre de las mal llamadas "amas de casa", que él trabaje dentro de su casa uno de cada siete días, mientras nosotras vemos alguna cursilería por televisión, leemos un libro, actualizamos nuestros blogs, escribimos nuestros cuentos, pintamos un retrato, nos arreglamos las manos o nos vamos de paseo con las amigas.
¡He dicho!.